LOS EFECTOS DE LA RESURRECCIÓN. Por Mons. Mario Moronta

Nos enseña Pablo que si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe. No tendría razón todo lo que creemos y vivimos. Pero, a la vez, la Resurrección no puede considerarse como un episodio importante en el pasado. La Resurrección permite que todos nosotros podamos entender la vitalidad del Evangelio y de la acción de Jesús: porque Él está vivo y nos invita a caminar en la novedad de vida. La primera y gran consecuencia de la Resurrección tiene que ver con nosotros mismos: “porque al resucitar a Jesucristo de entre los muertos, Dios nos concedió renacer a la esperanza de una vida nueva”. Así nos lo enseña la Primera Carta de Pedro.

Tenemos una vida nueva: es decir somos ciudadanos del cielo y, por tanto, partícipes ya desde ahora en la salvación definitiva hacia la cual peregrinamos. Es lo que le da una fuerza especial a nuestra fe: se corre el riesgo de aceptar la acción salvífica y la presencia de Cristo en medio de nosotros, sin tener que dudar como sucedió con Tomás, el Apóstol.
Nosotros podemos manifestar nuestra alegría y felicidad al creer en el resucitado y ser sus testigos a tantos siglos de distancia de dicho acontecimiento.

Sin embargo, los efectos de la Resurrección no se quedan allí en una especie de goce particular y ajeno a los demás. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos presentan las consecuencias de vivir la Resurrección. En primer lugar con una actitud muyu especial: la perseverancia. La fe y la Resurrección no se viven a raticos, sino de manera permanente. Sobre todo por su apertura hacia la eternidad. Esa perseverancia es en aquello que más distingue a los discípulos de Jesús, como lo es la comunión con los Apóstoles y contodos los hermanos. Esa comunión se realiza en la fidelidad a la enseñanza de los Apóstoles (la Palabra de Dios), en la escucha atenta y continua de esa Palabra y en la celebración de la Fracción del Pan, en la oración y en la fraternidad. Esta última, a la vez, nos impulsa avivir unidos, teniendo todo en común y haciendo realidad la solidaridad, de modo que ninguno de los hermanos pueda pasar necesidad.

Vivimos el tiempo de la Pascua. Esta no se reduce a solo unos días hasta el día de Pentecostés. Caminamos en la novedad de vida y eso supone dejarnos llenar de la acción salvífica de la Pascua. De allí que, en el ejercicio de la caridad fraterna y de la perseverancia en el amor y comunión que vienen de Dios, seamos testigos del Resucitado. Eso se realiza en nuestros ambientes, familias, comunidades e instituciones. En un mundo donde todavía abundan las oscuridades, es urgente poder realizar el testimonio de la luz del Resucitado. Somos los cristianos responsables de hacer sentir las consecuencias de la Resurrección en medio de ese mundo donde estamos llamados a manifestarnos como discípulos misioneros de Jesús.

Ese testimonio debemos darlo con sencillez, decisión y alegría: así, como sucedía con los primeros discípulos, el Señor aumentará el número de los que quieren salvarse.

+MARIO MORONTA R., Obispo de San Cristóbal.

Prensa CEV
21 de abril de 2017