Hagamos las paces  Sobrevivimos por una sola explicación: solidaridad   

“ Si hay gente solidaria, profe, – me contaba Elsy de San Félix – a veces en mi casa sólo comemos casabe porque no se consigue nada, pero también a veces, la madrina de mi hijo menor, si encuentra dos kilitos de harina, me pasa uno,  y así nos ayudamos las vecinas” Y sigue relatando actos de generosidad y valentía. “La señora Yasmira, del concejo comunal, se arriesga haciendo denuncias de la gente que está dañando con drogas a los jóvenes del barrio, dice que no puede quedarse de brazos cruzados” La conozco, ella es muy valiente.

Paso revista a los testimonios de maestros y madres que van a los cursos para crecer en ciudadanía, también de lo que me cuentan “mis comadres”, esas que trabajan por la convivencia pacífica. La señora Ofelia por ejemplo, es de un centro de Fe y Alegría en Petare, contaba que ella  mira el rostro a los estudiantes y puede leer sus angustias, “Con lo que estoy aprendiendo con  los Médicos Sin Fronteras, voy a poder ayudar a esos adolescentes que necesitan  ser escuchados, avisar a la directora para que vayan con la orientador del plantel”, y sigue animada porque va a ser solidaria con más éxito.

La señora Yraida, también de San Félix, que enviudó hace poco, me cuenta que su vecina de enfrente, siempre comparte lo que puede comprar en su día de cola.  Y ella, que trabaja en una panadería, también comparte cuando consigue leche. ¡De otra manera no podría sobrevivir! “El otro día vino el señor José, albañil, vino a saludar, era muy amigo de mi esposo. Me urge cerrar una ventana que da a la calle y me da miedo con tanto delincuente suelto. Me dijo que comprara los bloques, que élconsigue el cemento y no me va a cobrar la mano de obra”. Me emocionó la noticia, porque ella no puede dormir con esa ventana insegura pero tampoco pudría pagarle a señor José. ¡Solidaridad que consuela!

Hay un caso de Carabobo  que anima también. Mi amigo Fernando me cuenta que hay un pequeño empresario, conocido de él, que cuando vio lo que sus empleados estaban llevando para comer, decidió, además de su bono alimentario, establecer un convenio con un proveedor cercano para subsidiar los almuerzos  – paga completo él y los trabajadores los compran a precio menor-. ¡Gente buena hay en todas partes! Eso decía Mandela.

En Valencia, dos docentes del colegio San Francisco Sales, de Fe yAlegría,  han creado de manera informal pero con perseverancia, una red para conseguir medicinas, se han “especializado” en anticonvulsivantes. No sólo para gente de la institución. Con su celular, mensajes de texto, localizan las medicinas, no sé cómo logran que les lleguen y hasta las acercan a los pacientes, ¡sin tener vehículo propio! ¡Dios las bendiga! Se me ocurre, de paso,   pedir que nos den  la lista de solicitudes, cuando estos sean de niños y adolescentes, y enviarlas al Tribunal 14 de Protección. ¡Ojo Carlos Trapani! Tal vez así se enteren que Cecodap no inventa problemas, pero  este es otro cuento.

Un caso de profesionales de la medicina. Beatriz y Guillermo son médicos, gastroenterólogos, se pasan  el día buscando  medicinas para sus paciente  con enfermedades inflamatorias intestinales.” Si no mantienen el tratamiento echan para atrás y sufren mucho” ¡No descansan! ¡Pura solidaridad!

Están también esas historias menores, esa solidaridad que surge en las colas del supermercado: “¿Me cuida mi carrito mientras busco algo que olvidé?”, o más aún, “¿Usted no va a llevar pañales? Pida su cuota de racionamiento por mí y se lo pago a la salida?” Yo lo veo  cada martes – ese es mi día. Igualmente los grupos de chat, cada quién dando información al otro sobre los productos escasos.

Finalmente, yo recibo solidaridad en cada viaje de metro cuando estoy en Caracas. No uso bastón, y camino erguida, pero mis ideas luminosas – mis canas – me delatan. ¡Siempre me ceden el puesto! Y hay más gestos. Ayer venía de petare, y estaba difícil la salid en la  estación donde debía bajarme. Una señora me dijo que me agarrar de su hombro, que ella abriría el paso y yo no tendría dificultad. ¡Me sacó fácil una sonrisa!

¿Tienen ustedes otra explicación a la sobrevivencia de los comunes mortales de este país hoy? Aunque me digan “comeflor”, estoy convencida de que los venezolanos somos mejor de lo que decimos que somos. “¿Quién dijo que todo está perdido?”

 

Luisa Pernalete

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