Que es la apertura de la Puerta santa

Una Puerta Santa es un acceso singular a un espacio también singular. En general, cruzarla supone alcanzar un don o ponerse a salvo de un peligro o persecución.

Una puerta santa es un artefacto simbólico, no un objeto material. Como todas las puertas, separa dos espacios, uno interior y otro exterior. Permite acciones como ‘entrar’, ‘salir’, ‘cruzar’, ‘abrir la puerta’ o ‘cerrar la puerta’. Pero como artefacto simbólico permite tener asociados significados más amplios, y las religiones, como estructuras productoras de sentido, pueden hacer diversos usos de él.

El profesor R. Vahamond ha identificado algunos rasgos comunes en los usos de una puerta santa:

  • Delimitar un espacio sagrado y un espacio profano. El espacio sagrado toma la función de santuario en su doble significado de ‘lugar seguro’ y ‘residencia de la divinidad’
  • ‘Cerrar la puerta santa’, normalmente en una ceremonia específica tras un ciclo concreto, excluye la posibilidad abierta para comunicarse de forma efectiva con la divinidad o alcanzar sus dones
  • ‘Cruzar’ constituye el mecanismo principal de actuación del artefacto. Debe notarse que hay dos variantes bien diferenciadas, dependiendo de si se entra al recinto sagrado o se sale de él, con efectos muy diferentes:
  • ‘Entrar’ está asociado a un sentido de aceptación, en una doble vertiente: aceptación por parte de la comunidad del recién llegado, y aceptación del viajero de la naturaleza especial del espacio sagrado como algo diferente. En la leyenda medieval de Don Gaiferos, el creyente ha prolongado milagrosamente su vida en el camino, y fallece tras acceder a la tumba del Apóstol y oir misa.
  • ‘Salir’ utilizando la puerta santa permite incorporarse de nuevo al mundo al fiel una vez renovado. Es frecuentemente la parte final del ritual completo, como sucede con la peregrinación a Santiago de Compostela. El creyente sale al sol naciente y puede emprender el regreso.
  • ‘Llamar’ a la puerta significa haber accedido al umbral. Bajo la ley común inglesa medieval, quien tocase el llamador de una puerta santa conseguía el derecho de asilo.

La tradición

Según la descripción hecha en el año 1450 por Giovanni Rucellai de Viterbo, fue el Papa Martin V, en 1423, quien abrió, por primera vez en la historia de los años jubilares, la Puerta santa en la basílica de San Juan de Letrán. En ese tiempo los jubileos se celebraban cada 33 años. En la basílica vaticana la apertura de la Puerta santa está atestiguada por primera vez en la Navidad de 1499. En esa ocasión, el Papa Alejandro Vl quiso que la Puerta santa fuera abierta no solamente en San Juan de Letrán, sino también en las demás basílicas mayores de Roma: San Pedro, Santa Maria la Mayor y San Pablo extramuros.

Una puerta pequeña, probablemente de servicio, que se encontraba en la parte izquierda de la fachada de la basílica de San Pedro, fue ensanchada y transformada entonces en Puerta santa, precisamente en el lugar en que se encuentra aún hoy. Eso implicó la destrucción de una capilla adornada con mosaicos, que se encontraba dentro de la basílica y había sido dedicada por el Papa Juan Vll a la Madre de Dios.

Alejandro Vl, además, quiso que quedaran bien definidas las normas del ceremonial del Año santo, aún no precisadas por sus predecesores, y en particular los ritos de apertura y clausura de la Puerta santa. Ese Papa encargó la elaboración de los ritos al famoso Johannes Burckard, maestro de las ceremonias pontificias, originario de Estrasburgo y obispo de las diócesis reunidas de Civita Castellana y Orle. La Puerta santa del año jubilar de 1500 fue abierta la noche de Navidad de 1499 y fue cerrada en la solemnidad de la Epifania de 1501. El Ritual preparado por Burckard y aprobado por el Papa, salvo algunos retoques introducidos en 1525 por el maestro Biagio de Cesena, fue seguido sustancialmente en todos los jubileos posteriores.

 

El cambio de 1975

En la Navidad de 1975 se modificó el rito de clausura de la Puerta santa. El Papa no usó ya la paleta ni los ladrillos, sino que simplemente cerró las hojas de la puerta de bronce de 1950. Y, el pasado 24 de diciembre, Juan Pablo II ya no usó el martillo, pues no habia que derribar un muro: solamente empujó la puerta para que se abriera.

Con estos cambios, la atención, que antes se centraba en el muro, se desvió hacia la Puerta santa, la cual se enriqueció con el profundo sentido bíblico, teológico, litúrgico y pastoral que tiene la puerta en la historia de la salvación y en la historia de la Iglesia convirtiéndose así en uno de los signos fuertes del jubileo, como destacó el Papa en la carta apostólica Tertio millennio adveniente (n. 33).

Los aspectos peculiares del rito

Los elementos del antiguo ritual que han caido en desuso han sido sustituidos por otros que expresan mejor el significado bíblico y litúrgico de la Puerta santa. Esos elementos, además, ponen de relieve algunos aspectos peculiares que, como señala la carta apostólica, han caracterizado estos últimos años la preparación de toda la Iglesia para el jubileo:

—La procesión y la «statio» ante la puerta, con la proclamación del evangelio de san Lucas (4, 14-25). El anuncio de Jesús: «El Espiritu del Señor está sobre mi, por esto me ha enviado (…) a proclamar un año de gracia del Señor», vincula el año jubilar al misterio de Cristo que se hace presente en el tiempo de la Iglesia. Con la venida de Cristo el tiempo de la Iglesia es siempre tiempo de jubileo. El primer objetivo de todo jubileo es precisamente reavivar este misterio en la Iglesia.

—La aclamación: «Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega; a él gloria por los siglos», ante la Puerta santa. El Romano Pontífice ha propuesto estas palabras como síntesis del jubileo, pues indican que la puerta abierta es signo de Cristo, Señor de la historia y presente en su Iglesia hasta el fin de los tiempos (cf. Hb 13, 8).

—La presencia de un grupo peculiar de fieles procedentes de los diversos continentes y de expresiones culturales de los diferentes pueblos puso de relieve la universalidad de la salvación y de la misión de la Iglesia, que en la Urbe y en todo el orbe celebra el jubileo. Asimismo, con ella se quiso recordar de modo visible también los Sínodos continentales celebrados como preparación para este gran jubileo del año 2000.

—La ornamentación de la puerta con flores y perfumes, por parte de fieles de Asia y Oceanía, además de ser un homenaje al signo de Cristo, puerta universal de la salvación, manifestó el aspecto característico del gozo propio del Año jubilar. La alegría expresada por las flores y los perfumes sustituyó el aspecto penitencial del agua lustral con la que en otro tiempo los penitenciarios de la basílica asperjaban los dinteles.

—La ostensión del Libro de los evangelios por parte del Santo Padre en el centro de la Puerta santa subrayó también la centralidad de Cristo, Palabra viva de Dios, Evangelio del Padre. El anuncio de la buena nueva seguirá siendo parte esencial de la nueva evangelización en el milenio que viene.

—El sonido del cuerno emitido con instrumentos musicales típicos de la cultura africana recordó la convocación del jubileo bíblico, pero marcó también el inicio gozoso del Año jubilar para todo el pueblo cristiano y en particular para las Iglesias jóvenes, más implicadas ahora que en el pasado en la celebración de un jubileo. El sonido no sólo expresó la alegría por la apertura de la puerta, sino que fue también una invitación a todos los cristianos a cruzar en el Año jubilar el umbral de la esperanza.

—En la procesión hacia el altar de la basílica acompañaron al Libro de los evangelios también algunos laicos de América y Europa, como representantes de esos dos continentes.

—El texto de Proclamación del gran jubileo fue preparado expresamente para esta ocasión. Este texto, con un tono lírico y gozoso, lleno de referencias biblicas, litúrgicas y patrísticas, fue proclamado por un diácono y acompañado por intervenciones del coro.

Asi pues, el Papa Juan Pablo II ha cruzado el primero la Puerta santa para guiar a la multitud de los fieles a entrar más profundamente en el misterio de la salvación presente en la Iglesia, que celebra con alegria el bimilenario del nacimiento de su Esposo y Señor Jesucristo.